miércoles, 13 de febrero de 2008

"Cazademonios" Capítulo VI (FIN)

* I´m sorry, but this section is only available in spanish. I will translate it as soon as possible... *

Persecución

Berthold montó de nuevo en Bendecido, su magnífico caballo de guerra. Intentó calmar a su montura, pero ni él mismo estaba relajado. Sólo su profunda fe en Sigmar hizo fuerza en él y animó sus sombríos pensamientos.

Aquello debía ser una pesadilla; desde los tiempos antiguos ninguna tropa del Caos había sido organizada de este modo. El Imperio debería aceptar esta sorpresa y añadir otro hecho... el ejército era de Khorne, el más violento al que tendrían que enfrentarse.

- ¡Capitán Heraclio! – gritó el monje sigmarita en medio de aquel estruendo de cascos y tambores.

- ¡Hermano Berthold! Temíamos que... – gritaba el capitán desde la distancia justo en el momento en que uno de aquellos enormes guerreros rojos que había visto en la llanura apareciese de la nada y saltase con su montura rebanando la cabeza del joven.

El monje se quedó petrificado. El enfermizo sonido tribal de los tambores había amortiguado el avance de aquellos poderosos guerreros.

Sin mirar hacia atrás, Berthold comenzó a galopar. Que Sigmar se apiadase de aquellos valientes alabarderos ante la inminente sangría en la que iban a quedar inmersos. El destino del Imperio bien podía costar unas pocas muertes.

Cinco eran los salvajes jinetes que perseguían al monje. Entre aquel reducido grupo, aparte de tres guerreros “rasos”,Berthold pudo descubrir en un rápido vistazo, la existencia de un portaestandarte y un músico, pues sus tambores seguían marcando la persecución. Una avanzadilla del ejército los había descubierto.

En su galope y con la mente llena de pensamientos, el monje-guerrero recordaba la primera vez que en la abadía leyó algo sobre los llamados guerreros del dios de la sangre.

La vívida descripción que se hacía de aquellos seres con sus rojas armaduras salpicadas por la sangre de sus víctimas, con sus aberrantes cascos cubiertos de entrañas, y sus afiladas y herrumbrosas armas, se quedaban reducidas ante el impacto visual que suponía uno de aquellos guerreros al natural.

Los gritos que proferían con sus salvajes voces y su arcaica lengua los guerreros de Khorne helarían la sangre del más valiente guerrero, pero no de Berthold. Él era un monje acostumbrado a la lucha directa contra el mal, contra la vil escoria del Caos y nada podía perturbarle. Su fe ciega en Sigmar y en el Emperador eran la fuerza que necesitaba.

Berthold sabía que en esas condiciones, y con su pesado caballo, no llegaría a tiempo al campamento base, a casi un día ya de camino. Rápidamente halló la respuesta en su mano derecha; la tenía agarrada en ella desde que comenzó su misión.

La verdadera fuerza que movía su mundo era su martillo, herramienta que en su día también sirvió al dios-hombre Sigmar para derrotar a la inmundicia.

Así pues, girando en una hábil maniobra su caballo hacia sus persecutores, y fijo su único ojo en su martillo, el monje-guerrero Berthold Georg Niebuhr, entonó una oración pidiendo fuerzas a su dios, al tiempo que gritaba con todas sus fuerzas: “Sigmar, ¡¡Liberate me ex Inferis!!”(“Sigmar, ¡¡ Líbrame de este Infierno!!”)>>


Epílogo

Era mediodía y el sol intentaba calentar las tiendas que se organizaban en ordenadas calles a lo largo de la llanura kislevita. Un ruido de vítores y palmas sonaba desde el exterior. Extrañado ante la naturaleza del sonido, el Duque Köller salió de sus aposentos.

Uno de los guardias que vigilaban la puerta de entrada al campamento corría hacia la figura del general.

- Mi señor, la expedición ha llegado – dijo sofocado el soldado.

Así que lo habían logrado... eran los primeros en traer información de primera mano sobre el extraño ejército del Caos y eso se merecía una rápida y calurosa acogida – pensó para sí el Duque.

- Mi señor – inquirió de nuevo el soldado, nervioso ante el hecho de molestar a su superior – se le requiere con urgencia en la entrada del campamento.

El Duque Köller se vistió apresuradamente y acudió al lugar de reunión emplazado por el guardia. Gran parte del ejército se encontraba rodeando a una figura a caballo. La sorpresa del Duque quedó patente en su rostro.

Allí estaba Berthold “Cazademonios”,totalmente sólo, con el semblante serio y la armadura y el martillo manchados de sangre. El monje desmontó casi cayéndose al suelo y rápidamente fue ayudado por los soldados que le contemplaban.

Erguido y frente al Duque, el monje sigmarita tiró un extraño objeto al suelo; era el deformado casco de un guerrero del Caos.

- Mi señor Duque – dijo Berthold – la guerra ha comenzado. >>

Connann, Anno 2007


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