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Terror
A partir de aquella conversación, al silencio que acompañaba a la expedición, se unió el miedo ante lo que iban a encontrar. Según lo que el monje les había contado, los horrores que verían en la cercana llanura de Praag podían ser múltiples y variados; no sólo se encontrarían con las conocidas “legiones” de hombres bestias o seres mutantes, sino que dependiendo de la inmunda deidad al nombre de la que hubiesen sido organizados los ejércitos, hallarían guerreros del dios de la sangre, el violento Khorne, del señor de la Transformación, Tzeentch, de la insana deidad lujuriosa, Slaanesh, o de la podredumbre de Nurgle.
El día había transcurrido de manera muy similar al anterior; un intenso frío congelaba los ánimos y entumecía los músculos, pero no ocurría nada más. Seguían sin encontrar señales delatoras de las fuerzas del Caos.
Una de las preguntas que se había formulado Berthold aún no había sido respondida. ¿Por qué no se habían encontrado con ningún enemigo en esa tierra supuestamente conquistada? Aún quedaban detalles por descubrir.
Tambores. El sonido rítmico de tambores se escuchaba como una enfermiza melodía. Muchos de los soldados jóvenes e inexpertos que estaban junto a la figura del monje y del capitán no podían reprimir sus sollozos. El miedo y la tensión iban en aumento.
Berthold decidió apartarse del camino que desembocaba en la llanura de Praag para alcanzar una posición elevada más segura y a la vez con un mejor campo visual desde el que poder contemplar al enemigo en su totalidad.
Los soldados le siguieron, siendo convenientemente mandados callar por su joven capitán.
Desde aquella altura la vista era terrorífica y el retumbar de los tambores era aún mayor; legiones innumerables de guerreros de color rojo discurrían y formaban prestos para continuar con su bestial avance por todas las tierras libres. Al fondo se veía la ciudad de Praag, con sus muros encantados totalmente derrumbados y calcinados.
Espesas columnas de humo negro salían del interior de la ciudad; en efecto, el primer bastión defensivo había caído.
Mientras los soldados y el capitán Heraclio ahogaban suspiros y su propio miedo, el aguzado ojo de Berthold intentaba buscar algo entre aquella masa de seres. Por mucho que buscaba no alcanzaba a encontrar ninguna hueste demoníaca, ningún vil servidor invocado por el poder del Caos que destacase entre los formados batallones de rojos guerreros armados.
No podía ser... en ese enorme ejército no había ninguna fisura, todo estaba perfectamente organizado, al estilo de los grandes ejércitos imperiales. ¿Qué podía ocurrir? Debía descubrirlo inmediatamente, pues ese era su cometido.
- Capitán Heraclio – ordenó el monje – debo buscar una posición más favorable para poder analizar mejor el grueso de esta porquería del Caos.
- ¿Acaso no hemos visto todo? – preguntó un alarmado soldado.
- Debo recopilar toda la información necesaria sobre el mal que tenemos ahí enfrente. Después de eso podremos volver a dar el parte a nuestro general. Mientras tanto permaneced alerta, pues estamos expuestos a un grave peligro, y no sólo mortal. Existen armas entre esas tropas que incluso pueden destruios el alma – sentenció el sigmarita.
Dicho esto se separó del grupo y buscó una posición lateral más cercana al ejército caótico. Aquellas últimas palabras que profirió a sus soldados eran más una manera de asustarlos y mantenerlos en tensión que un dato veraz, pero aún así podía ser que sus mentiras fuesen reales; mejor sería que se quedasen en sólo eso.
Llevaba un rato observando los movimientos de las tropas del Caos más cercanas y no cabía ninguna duda, el grueso del ejército estaba formado por seguidores de Khorne, el Dios de la Sangre, aunque también se podían apreciar pequeños reductos de hombres bestias combinados con algún que otro ser mutado.
Con esto otro enigma se le revelaba; esos seres malignos que poblaban las llanuras de Kislev se habían unido al grueso del Caos, de ahí que no encontrasen oposición caótica alguna.
En un lateral del asentamiento del Caos se podían ver enormes mastines mutados con gruesas cadenas atadas a sus fuertes cuellos. Junto a ellos, en una especie de grotesca jaula ,hecha con huesos humanos, pudo hallar y contemplar con horror una de las respuestas que también le habían sido esquivas.
¿Por qué se le enviaba el Duque a él a investigar como último recurso? Allí lo tenía claramente ante sus ojos; unos 30 hombres vestidos a la manera de los exploradores del ejército imperial, habían sido hecho presos y servían como alimento de las infernales bestias que dañaban los oídos con sus ladridos.
La situación había sido tan extrema para el Duque y sus generales, que no tuvieron más remedio que acceder al conocimiento y valor de Berthold “Cazademonios” como forma de descubrir qué ocurría realmente.
Y allí estaba él, perplejo ante la terrorífica vista. Con sus sentidos alerta y con la sangre golpeándole en las sienes, algo a lo lejos llamó su atención; podía ver una enorme figura que parecía humana en cuanto a sus dimensiones, a excepción de por los cerca de 2 metros y medio de altura que debía tener, que ordenaba con mano y látigo inflexible el movimiento de sus tropas.
Había un aura en esa figura que la hacía destacar frente al resto de los grandes generales de Khorne que se veían dispersos por entre el resto de guerreros .
De repente lo entendió todo, no existían grandes demonios, sino algo más terrorífico y devastador: un caudillo que se había erigido como eje central del grueso de las tropas, del ejército de Khorne.
Debía avisar rápidamente al Duque y éste directamente al Emperador. Sólo de esta manera podría neutralizarse el enorme poder del Caos que tenía ante sus ojos.
Los tambores seguían sonando al unísono, siendo rotos de vez en cuando por el hiriente sonido de cuernos en la lejanía.
El ejército estaba moviéndose, pero aún estaban a tiempo de volver al campamento base. Sólo a un día y medio de marcha ligera.>>
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