miércoles, 13 de febrero de 2008

"Cazademonios" Capítulo IV

* I´m sorry, but this section is only available in spanish. I will translate it as soon as possible... *

Respuestas

Allí se encontraban los soldados. Eran veinte alabarderos perfectamente uniformados con los colores blanco y rojo de su batallón; las edades que comprendían eran variadas, pudiendo encontrar desde hombres curtidos en las batallas contra Bretonia a adolescentes sin barba que afeitar.

- Una curiosa mezcla y elección – pensó el hermano Berthold.

La figura montada del capitán Heraclio Egbert salió al encuentro del sigmarita.

- Habéis llegado a la hora exacta, hermano, y acompañado de una purificante agua divina – dijo el joven capitán con una ancha sonrisa en sus labios a la vez que miraba a sus soldados – Podemos salir ya en busca y captura de ese ejército.

- De ese “maligno y extraño” ejército, capitán – sentenció Berthold – No olvidéis que sus acciones están fuera de toda lógica y comprensión. Nada de lo que veamos será agradable, y por supuesto, nada de lo que hagamos tendrá que tener ni un ápice de heroicidad.

Las palabras que el monje señaló hicieron que el buen humor del capitán y de su compañía decreciera, como si el agua divina que acababa de nombrar los hubiese calado hasta el tuétano.

Así pues, las primeras horas de la marcha resultaron pesadas, pues la persistente lluvia no remitía y el silencio que reinaba convertía el ambiente en algo opresivo.

El recorrido por aquella interminable llanura parecía no tener fin, pero casi al anochecer consiguieron llegar a un pequeño bosque, en el justo momento en que la heladora lluvia remitía.

La nieve, tan común en Kislev, comenzaba a hacer acto de presencia en la áspera tierra, si bien, y gracias a Sigmar, aún no nevaba.

Berthold conocía bien este tipo de bosques; nada bueno presagiaba una noche a la intemperie en este tipo de emplazamientos. Hombres bestia o mutantes podían acechar entre las sombras, máxime cuando se encontraban tan cerca de una importante hueste del Caos.

Pero no, algo había en ese lugar que denotaba un hecho extraño: se escuchaba el ruido normal de un bosque, no existía un silencio que alarmase al monje-guerrero.

- ¿Algo os turba, hermano? – preguntó el joven Heraclio –Si es así puedo enviar un explorador a analizar el bosque hasta su linde más septentrional – concluyó el capitán.

- No, eso es lo insólito – dijo Berthold – Este bosque está puro, no existe corrupción en él. Si escucháis en detalle todo está vivo, no hay rastro de malignidad en este paraje. Acamparemos aquí, pero para mantener el espíritu combativo, montaremos guardia nocturna alrededor de nuestro improvisado asentamiento.

- Así se hará, hermano – afirmó el capitán mientras comenzaba a dar órdenes a sus subalternos.

En breves instantes se organizó un ligero campamento frío, sin hogueras delatoras, tal y como el monje sigmarita había ordenado. Aún a pesar de no ser él el capitán de la escuadra, sus órdenes eran tomadas como tal. Su reputación le precedía.

La marcha durante el día había sido bastante forzada, así que los soldados pronto cayeron en un reparador sueño. En cambio no había descanso para Berthold; aquellos inquietantes pensamientos que tuvo tras su encuentro con la asamblea de generales volvieron a su cabeza.

¿Qué extraños acontecimientos hacían temblar la firme mano de un general y su ejército? ¿Acaso el Duque presuponía una amenaza en ese ejército del Caos mayor de lo que se conocía?¿Por qué en ese pequeño paraje no había huella del Caos? Todas estas preguntas precisaban de una única respuesta que no llegaba.

Las luces del alba titilaban entre las copas de los árboles, y la helada mañana les acogía con sus gélidos brazos abiertos. El pequeño campamento era un continuo movimiento de soldados en silencio haciendo sus petates. Todo era rutinario, demasiado normal.

El grupo emprendió de nuevo la marcha. Quedaba apenas un día para poder contemplar desde la lejanía la llanura de Praag y de esta manera poder observar el depravado ejército caótico.

- ¿A qué se debe el sobrenombre de “Cazademonios”?- se atrevió a preguntar el capitán en un intento por romper el silencio.

Esa inocente pregunta hizo parar en seco el caballo de Berthold. El joven Heraclio se sorprendió ante la reacción del monje, y justo antes de abrir la boca para presentar sus disculpas, Berthold habló:

- Sin quererlo me habéis dado la respuesta que necesitaba, querido capitán. ¡Cómo he podido estar tan ciego! ¡Los años no pasan en balde para mí, joven Heraclio! – tras decir esto, una atronadora carcajada salió de lo más profundo de la garganta del sigmarita.

Los soldados estaban perplejos. ¿Qué era lo que había dicho su capitán para alterar de tal manera el carácter del monje? Ni el propio Heraclio lo sabía, su sorpresa iba en aumento conforme el monje hablaba.

- Desde que el Duque Köller me encomendó la misión no he podido hallar la respuesta a mis preguntas. ¿A qué se debe que el enorme ejército tenga como último y desesperado plan de acción el envío de una pequeña escuadra como exploradores?- preguntaba el monje-guerrero al capitán.

- Lamento no serle de ayuda, pero... – intentaba argumentar Heraclio ante esa inesperada pregunta.

- Sí que lo ha sido – le contestó el monje – vos me habéis preguntado sobre el por qué de mi sobrenombre. Ahí está la clave de todo ello.

- No le entiendo... espere... ¿estáis diciendo que..? – farfullaba el capitán, mientras una expresión de terror comenzaba a aflorar en su rostro.

- Así es. Me temo que vamos al encuentro de un ejército provisto no de grandes máquinas de guerra, sino de demonios invocados desde los más profundos pozos infernales – respondió Berthold con un semblante cada vez más sombrío y serio. >>

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